Por: Marta del Amo
El dinero como medio de intercambio ha experimentado poca innovación desde la introducción del papel moneda y las transferencias sin efectivo en el siglo XIX. Sin embargo, en los últimos dos años, nuevos ecosistemas financieros impulsados por la tecnología están transformando los pagos y pueden cambiar el sector financiero en su conjunto.
«El dinero siempre está ahí, solo cambian los bolsillos», dijo hace unos 100 años la escritora Gertrude Stein. No le faltaba razón, pero si hubiera vivido en nuestros días, su frase probablemente incorporaría más matices. Un siglo después, el dinero sigue ahí. Sin embargo, además de cambiar de bolsillo, también está cambiando de forma. Los sucios billetes y monedas se ven cada vez menos y las transacciones digitales, que registran la riqueza mediante ceros y unos, han adquirido nuevas dimensiones gracias a uno de los grandes inventos de nuestra era: las criptodivisas.
«El dinero, que es la materia prima para hacer pagos, se está reconfigurando frente a lo que hemos conocido en los 100 últimos años», confirma el director general de Iberpay, Juan Luis Encinas. Y la culpa es de las cadenas de bloques (blockchain) que sustentan las finanzas criptográficas. Para el experto, el futuro de los pagos se está dibujará en torno a tres nuevas formas de dinero, todas ellas basadas en blockchain: «las divisas digitales, versión criptográfica del dinero acuñado por bancos centrales [el que ha dominado las transacciones en el último siglo], las stablecoins [monedas digitales cuyo valor se mantiene estable de forma artificial] y las criptomonedas puras, como Bitcoin, cuyo valor depende única y exclusivamente de un mercado cada vez más volátil»
Sin embargo, aunque en 2008 fue presentada al mundo como «una forma de dinero electrónico para permitir los pagos entre pares», el espíritu de la primera y gran criptomoneda se ha ido pervirtiendo poco a poco. Aunque su promesa de democratizar los intercambios de dinero y eliminar la intermediación de los bancos sigue vigente, lo cierto es que muy pocos criptousuarios las utilizan para pagar por bienes y servicios, y casi la mitad de las transacciones con criptomonedas a nivel mundial se efectúan a modo de inversión.
Esto se debe a su volatilidad y sus retos técnicos. Además de los cerca de 10 minutos de media que cada movimiento con bitcoins tarda en ser validado (y que puede llegar a ser mucho más), también están las comisiones por transacción, cuyo pico más reciente tuvo lugar en abril de 2021, cuando los usuarios tuvieron que desembolsar casi 60 dólares por cada operación.
Aunque esa cifra lleva meses estancada en torno a los dos dólares, en una época dominada por la inmediatez y la comodidad, «el cliente quiere pagar sin saber qué está pasando, no le interesa la tecnología que hay detrás», afirma el director de Desarrollo de Negocio de CaixaBank Payments & Consumer, Pedro Martínez. Por eso, dados todos los escollos que las divisas criptográficas suponen para el usuario, la directora de Consumo y Medios de Pago de Bankinter, Ana Garrido, sentencia: «Consideraremos las criptomonedas el día que estén reguladas, sean estables y ofrezcan una buena experiencia».
Eso sí, a pesar del actual rechazo de la entidad, la responsable sí ve el valor de las innovaciones que el mundo cripto ha aportado al sector financiero. Por eso, matiza: «Lo que tiene que ir más deprisa es el euro digital». No es la única que lo cree. «Las stablecoins son competencia, por eso hace falta acelerar el euro digital, y la clave para su adopción estará en la experiencia de usuario», añade el responsable de Pagos de Accenture en Iberia Jorge Sánchez.
Al igual que el dólar y el yuan digitales, el homólogo europeo, que podría estar disponible en 2025, es la respuesta gubernamental de la UE al auge de los pagos electrónicos y, sobre todo, a los nuevos hábitos de los consumidores. En el caso de España, el interés de los ciudadanos por la inmediatez y la comodidad que ofrecen los pagos digitales queda reflejado en fenómenos como «Bizum, que ha cambiado los hábitos de 20 millones de españoles», añade. Y es que, como explica Sánchez, «nadie recuerda su número de tarjeta, pero todo el mundo se sabe su número de teléfono».
El éxito de este producto ha convertido a España en el primer emisor de transferencias inmediatas de la UE, un liderazgo que incluso puede aportar beneficios económicos al país. Encinas detalla: «Las transacciones inmediatas de cuenta a cuenta aceleran la velocidad del dinero y permite hacer nuevos pagos, lo que puede mejorar hasta dos décimas el PIB». Se refiere al cada vez mayor ecosistema asociado al negocio de los pagos, el cual, si bien considera «invisible», cree que «tiene mucho valor y por eso hay tanta inversión».
Los clientes quieren experiencias de pago sencillas. Una tendencia que Garrido define como «no fricción o no pago», es la que provoca que cada vez haya más actores y tecnologías tras el telón que esconde el trabajo necesario para que el dinero vaya de un sitio a otro sin que el usuario se dé cuenta. De hecho, «la inversión en fintechs de pago multiplica por tres a la del resto de compañías del sector», señala responsable de Banca de Accenture para Iberia, Luis Martín.
Datos que valen millones
La importancia de acelerar los pagos cada vez más y convertirlos en algo prácticamente imperceptible para el usuario es tal, que los arcaicos trueques con los que empezó el comercio se han convertido en una industria millonaria por sí misma. «El crecimiento del mercado de los pagos va a doble dígito porque hay mucho potencial para la digitalización», advierte Encinas. Y parte de la clave de este enorme potencial descansa sobre «la ingente cantidad de datos que generan las transacciones digitales», afirma el director de Financiación y Medios de Pago del Banco Sabadell, Javier Gaztelu.
Además de para «luchar contra el fraude», como señala Encinas, la información asociada a los pagos digitales resulta «fundamental para saber lo que hace el cliente, pues permite identificar oportunidades y dar un mejor servicio», detalla el CTO de PagoNxt, Ventura Miquel. Y es que la posibilidad de entender cómo y en qué se gasta el dinero está adquiriendo cada vez más relevancia a medida que se acerca el inminente «mundo sin cookies, ya que va a complicar muchísimo el márketing digital», añade Sánchez.
Eso sí, los expertos se apresuran a desmarcar el uso que el sector bancario hace de los datos de los clientes de los ya habituales escándalos de privacidad de las Big Tech. Para Miquel, «el debate de la protección de los datos se ha exagerado porque el peligro está en las compañías basan su negocio en la venta de datos».
Frente a estos modelos de negocio, el responsable de CaixaBank Payments & Consumer señala: «Los usuarios confían en sus bancos porque tenemos mucho cuidado con la seguridad de los datos. Nunca los monetizamos vendiéndolos a terceros, sino identificando beneficios para los clientes. Es fundamental para generar confianza». Por su parte, la responsable de Bankinter añade: «Los clientes quieren saber qué hacemos con sus datos, y la relación de confianza con ellos es lo más importante».
Gracias a este uso responsable y al fomento a la innovación y la productividad que ofrecen los datos, incluso el propio sector se está abriendo a la colaboración. Por un lado, las entidades bancarias confían cada vez más en empresas emergentes para mejorar sus servicios. Gaztelu confirma: «Hay tantas cosas que se pueden hacer que, si no te apoyas en terceros, resulta imposible. Existen start-ups muy buenas en pequeños trozos de la cadena de valor».
Este enfoque ha permitido, por ejemplo, la creación de nuevos servicios bancarios que solían estar asociados a otros sectores. Miquel cuenta el caso de la solución ‘¿Dónde está mi pago?’, que permite monitorizar el estado de una transacción en tiempo real como si de un paquete se tratara. Y añade: «Es una cuestión de repensar la actividad». Pero, además de abrirse a las pequeñas empresas tecnológicas, las entidades bancarias incluso valoran unirse y compartir datos entre ellas. Martín señala: «Se trata de crear los ecosistemas necesarios para generar buenas soluciones. Toda la cadena se tiene que organizar».
Si la digitalización y el poder de los datos han revolucionado industrias enteras, como la publicidad, está claro que la de los pagos no iban a quedarse atrás. Eso sí, parece que la revolución real, la que demanda el usuario y que se caracteriza por la seguridad y la facilidad de uso, no es tanto aquella que prometió Satoshi Nakamoto en 2008, sino una habilitada por los actores tradicionales del sector, que han aprendido de los errores para que el dinero siga cambiando de bolsillo sin que el usuario sepa si se trata de criptomonedas, divisas digitales o simples billetes de cinco euros.