Autor: Kristalina Georgieva
“Agradezco al Gobierno de Indonesia por su hospitalidad, y al Ministro de Hacienda, Sri Mulyani Indrawati, y al Gobernador, Perry Warjiyo, por la excelente organización de las reuniones del G-20 en un contexto mundial cada vez más complejo.
Ojalá las perspectivas de la economía mundial fueran tan resplandecientes como el cielo en Bali, pero lamentablemente, no lo son. Las perspectivas se han deteriorado significativamente y el nivel de incertidumbre es muy elevado. Los riesgos de contracción sobre los que había alertado el FMI son hoy una realidad.
La guerra en Ucrania se ha intensificado, y con ello las presiones sobre los precios de las materias primas y los alimentos. Las condiciones financieras mundiales se están endureciendo más de lo previsto. Y las continuas alteraciones asociadas con la pandemia y los nuevos cuellos de botella en las cadenas mundiales de suministro están afectando la actividad económica.
Es así que, a finales del mes, volveremos a recortar las proyecciones de crecimiento mundial para 2022 y 2023 en nuestra Actualización de Perspectivas de la economía mundial. Por otra parte, los riesgos de contracción continuarán y podrían incluso agravarse —en especial, si persiste aún más la inflación—, requiriendo políticas de intervención más contundentes que podrían eventualmente impactar en el crecimiento y exacerbar los efectos secundarios, en particular para los países emergentes y en desarrollo. Los países con alto nivel de endeudamiento y poco espacio para políticas enfrentarán presiones adicionales. Sin ir más lejos, lo sucedido en Sri Lanka constituye una señal de advertencia.
Desde hace cuatro meses, los países emergentes y en desarrollo registran salidas sostenidas de capitales. Actualmente, corren el riesgo de echar por tierra los esfuerzos de tres décadas para equipararse con las economías avanzadas y quedar aún más rezagados.
¿Cómo podemos transitar este contexto de extrema dificultad? Veo tres prioridades:
En primer lugar, los países deben hacer todo lo que esté a su alcance para reducir la inflación. De no hacerlo, pondrían en riesgo la recuperación y se deteriorarían aún más los niveles de vida de los grupos vulnerables. Un dato alentador es que los bancos centrales están tomando medidas. La política monetaria está cada vez más sincronizada: más de las tres cuartas partes de los bancos centrales han subido las tasas de interés y lo han hecho 3,8 veces. Para que estas medidas sean eficaces resulta fundamental que haya independencia de los bancos centrales, una comunicación clara y un enfoque basado en la información.
En segundo lugar, la política fiscal debe ayudar, no obstaculizar, los esfuerzos de los bancos centrales por controlar la inflación. Esta es una tarea compleja ya que, al desacelerarse el crecimiento, algunas personas necesitarán más —no menos— ayuda. Así pues, la política fiscal debe reducir el endeudamiento y, al mismo tiempo, tomar medidas específicas para ayudar a hogares vulnerables que enfrentan nuevos shocks, en especial por el encarecimiento de la energía y de los alimentos.
En tercer lugar, será fundamental que surja un nuevo impulso de cooperación mundial para hacer frente a las múltiples crisis en el mundo. Necesitamos que los líderes del G-20 en particular atiendan los riesgos de la inseguridad alimentaria y del alto endeudamiento. En este punto, me complace el énfasis que se ha puesto en los problemas de seguridad alimentaria durante estas reuniones. La inseguridad alimentaria se traduce en hambre para millones de personas. Pero es un problema que tiene solución. Junto con los líderes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Banco Mundial, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), el FMI exhorta a la comunidad internacional a redoblar esfuerzos y trabajar juntos para ayudar a quienes más lo necesitan, eliminar restricciones a las exportaciones, promover la producción de alimentos e invertir en una agricultura resiliente al cambio climático.
También se necesita un fuerte liderazgo mundial para combatir el flagelo del alto endeudamiento, que ha alcanzado máximos de varios años. Más del 30% de los países emergentes y en desarrollo tienen problemas de sobreendeudamiento o está por tenerlos. Entre los países de bajo ingreso, la proporción es del 60%. Y en vista del endurecimiento de las condiciones financieras y de la depreciación de los tipos de cambio, el servicio de la deuda constituye una carga pesada, y para algunos países, insoportable.
En esa coyuntura, es fundamental que el Marco Común (MC) del G-20 cumpla su promesa. Es alentador que los tres comités de acreedores de Chad, Etiopía y Zambia se reúnan esta semana. Necesitamos resultados. El mundo entero está expectante.
Es preciso establecer nuevas reglas y plazos para el MC. Y es importante ampliar la cobertura para incluir a países fuera de la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (ISSD). Exhorto a los miembros del G-20 a encontrar juntos, y a la brevedad, un camino a seguir. La situación de la deuda se deteriora con rapidez y es preciso contar con un mecanismo bien aceitado para su resolución.
A nivel más general, el G-20 es crucial para revitalizar las iniciativas colectivas que buscan hacer realidad las ambiciones internacionales en pos del bien común. Esto incluye avanzar en la canalización de los DEG para amplificar el efecto de la reciente asignación de USD 650.000 millones en DEG que realizó el FMI.
En este sentido, valoro la ayuda de los líderes del G-20 para la creación del instrumento más nuevo del FMI —el Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad (FFRS)— con compromisos cercanos a los USD 40.000 millones. Ha llegado el momento de transformar esos compromisos en contribuciones reales de modo que el nuevo Fondo esté en funcionamiento antes de las Reuniones Anuales de octubre. La necesidad de asistir a nuestros países miembros más vulnerables para afrontar los retos estructurales a largo plazo, en especial los relacionados con el cambio climático y la pandemia, no podría ser más apremiante.
Quiero, asimismo, agradecer a los miembros del G-20 que ya han comprometido recursos para préstamos con destino al Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza del FMI, por casi DEG 8.000 millones (USD 10.500 millones), alrededor de las tres cuartas partes de lo que se necesita. Estoy segura de que pronto se sumarán más compromisos.
Por último, no debemos perder de vista la crisis más acuciante de todas: el cambio climático. En este sentido, urge aumentar considerablemente los recursos financieros para la transición climática y que haya señales claras de los gobiernos nacionales para descarbonizar sus economías. A medida que los precios de la energía disminuyan, los países tienen una oportunidad para acelerar la tarificación del carbono o medidas equivalentes.
El FMI continuará apoyando al G-20 en estas y otras prioridades. Aguardo con interés nuestra próxima reunión en octubre”.